jueves, 2 de febrero de 2012

Desde dentro de mi bolso: 'El paseo del remordimiento'

Buenos días amig@s mí@s:

Hoy me voy a atrever a estrenar una sección que hacía tiempo tenía en la cabeza y que por fin me he atrevido a hacer realidad. Se llama 'Desde dentro de mi bolso' y en ella me gustaría escribir una especie de columnas de opinión o de artículos sin más con ideas que se me pasen por la cabeza. En muchas de ellas nosotras, las féminas, seremos las protas y tal vez les ayude a ellos a conocer un poco mejor el universo femenino. Yo con ello solo quiero abrir un poco mi pensamiento a todos vosotros y disfrutar de mi vida junto a los que queráis seguirme.

EL PASEO DEL REMORDIMIENTO

Una se da cuenta de que se ha hecho mayor cuando queda con una amiga una mañana de invierno, rebozada en ropa deportiva y con su perro, para dar un paseo. Y normalmente esas citas cuasi secretas tienen un solo objetivo: limpiar el remordimiento. En cuanto a la causa de éste, suele venir por dos cosas diferentes: la primera de ellas tiene que ver con una cena a base de ‘lo que no se debe comer’ (véanse hamburguesas, pizza, helado y otras exquisiteces por el estilo) seguida de varias copazos. El segundo de los motivos es más difícil de purgar y se llama ‘el tío equivocado’.
En cualquiera de los casos, el paseo es reconfortante y te servirá para que ambas os deis cuenta de que el día después es muy duro, pero en muy pocas ocasiones te quitará lo que anoche alojaste en tus caderas, muslos y culazo y mucho menos borrará el recuerdo del tipejo con el que finalizaste la velada.
Aún así, esos paseos se convierten en una especie de cita terapéutica en la cual la tragona se pasa el rato mirándose al reloj controlando los minutos de marcha forzada y haciendo cálculos mentales de la distancia recorrida mientras sujeta la correa de su perro en un intento de sujetar también las ganas de comer en ocasiones venideras. Mientras que para la del error nocturno, se convierten en una conversación consigo misma para autoconvencerse de que no es tan malo como parece. Y la empachada, que encima de débil ante la comida es buena amiga, se esforzará en hacerle creer que realmente sólo ha sido una noche en las miles de noches de juerga que se pegará y que probablemente la próxima vez que vea a ese tipejo sólo debe mantener el tipo, mirar de soslayo y, en el caso hipotético de que vuelva el cazador a la carga, mirarle con condescendencia y esconder tras un saludo y un ¿nos conocemos de algo? Desmontará al tipo de su caballo, se meterá el rabo entre las piernas (más aún si le cabe) y volverá junto a la manada. Mientras que esto ocurre, el móvil de ella, que como no podía ser de otro modo ha acabado en las manos del chico en cuestión, se convertirá en un buzón lleno de mensajes que nunca obtendrán respuesta y esa es la misión de la amiga, que quien sale de noche y se arrepiente de día, controle sus impulsividad frente al móvil. Lo de que la controle en plena salida nocturna necesitará más de un paseo y quizá un par de helados de esos que realmente borran la culpa, no como las caminatas sin destino.